
Tener carro en mi familia es un privilegio que todavía no me he ganado. Por tal razón no tengo más opción que recurrir a la famosa Línea Sultana para poder llegar a la universidad donde estudio en San Juan. El domingo para mi es sinónimo de suplicio por la simple razón de tener que levantar el teléfono para reservar mi espacio en la Línea Sultana.
5:45 en la mañana de un lunes, me despido de mi madre con un beso y un abrazo, cierro la puerta y camino hacia la guagua blanca con mis manos llenas de paquetes y los ojos apunto de soltar la primera lágrima. Se baja de la puerta del conductor el chofer que con poca delicadeza tira la puerta y con cara de pocos amigos y un tono de voz arrogante me grita “buenos días” ¡Por lo menos! Pensé en voz alta. Camino unos pasos hasta llegar al baúl, donde me encuentro cara a cara con el conductor de aquella guagua blanca. El chofer que lucía cansado, tenía un físico muy peculiar cabeza rapada, baja estatura y una barriga prominente, con esfuerzo se dobla y levanta mi pesada maleta y unos cuantos paquetes más.
El sol parecía que no quería salir y yo más abrigada no podía estar para aguantar es brisa mañanera de campo que no me gusta. Bruscamente el chofer abre la puerta, la piel de mis manos y mi cara que eran la única parte de mi cuerpo que permanecía descubierta se erizan inmediatamente que se enfrentan al frio de aquella guagua que más bien era una nevera ambulante. No solo me molestaba el frio, sino que sobre mi recaía la mirada de todos los pasajeros y el silencio sepulcral que era interrumpido por el “crushcrish” del sonido de mis pisadas tratando de hacer espacio para encontrar un lugar donde sentarme. “Acomódate donde puedas” fueron las palabras del conductor segundos antes de tirar la puerta sin medir que mitad de mi cuerpo permanecía afuera. 5:50 comienza la marcha y fue como si el director de algún coro diera la señal para cantar al unísono, pero en este caso para hablar sin cesar.
No termino de acomodarme bien cuando mis ojos se detienen a observar esta peculiar pareja sentada frente a mí. Entre cabeceo y cabeceo, más dormida que despierta me percato que la guagua comienza a detenerse “otro pasajero más” dije. Ello bastó para que la señora que se sentaba a mi lado izquierdo me dijera “Parece que si echas tus cosas para acá y así cabemos más cómodas” con mi cabeza afirme. Pasajeros adentro y la guagua en marcha nuevamente, la señora me pregunta que para donde iba. Ese fue el inicio de una conversación prolongada, sus ojos lucían muy cansados y constantemente recibía llamadas telefónicas que interrumpían nuestra conversación. Durante esas interrupciones además de escuchar la conversación de la señora se añadía una melodía peculiar de ronquidos, el radio, el chofer hablando con uno de los pasajeros, el cuchicheo de turistas de regreso al aeropuerto, el aire que me daba justo en la cara y lo mas insólito la pareja de señores que además de su peculiar vestimenta y el coqueteo como adolecentes, compartían audífonos que parecían que iban a explotar. Solo se escuchaba una canción el “Shaky Shaky” de Daddy Yanky.
Ante este maravilloso panorama, me comienzo a estresar, abro mi cartera y saco de allí la última botella de agua que traía. Con rapidez y de un solo trago termino con el agua. Guardo nuevamente la botella vacía, miro a la señora y le digo “tengo que ir al baño”. De momento, lo inesperado y lo que faltaba para llenar la copa sucede. “Placash” fue el sonido provocado por la explosión de la goma derecha de la parte trasera de la guagua, seguido por un “ay que fue eso” de toda las mujeres allí presentes. Ya eran la 8:15 de la mañana y todavía no habíamos llegado a la famosa parada en el Buen Café en Hatillo. El chofer cruza de un extremo a otro drásticamente, la tensión de los pasajeros comienza a subir y mis deseos urgentes de ir al baño se intensifican. La guagua se detiene en una gasolinera el chofer se baja y yo sin ningún tipo de miedo me bajo, lo alcanzo y le digo que necesito encontrar un baño. Su respuesta fue “no, regresa a la guagua, vas en la gomera” esto era lo último que me podía estar pasando. Cuando miré el reloj nuevamente, marcaba las 8:30, respiré profundo y me senté en la guagua nuevamente casi sin respirar para poder aguantar los deseos.
Nuevamente miro mi reloj solo habían pasado cinco minutos, y ahora para completar se añadía un ruido más. La goma que había explotado y el roce del aro haciendo fricción con la brea. Los pasajeros cuyo destino final era el aeropuerto comenzaron a preocuparse y decirle al chofer todos a la vez los horarios de su vuelo y a exigir que se arreglara la situación con prontitud. Entre 5 a 10 millas por hora transitábamos la carretera del pueblo de Camuy cuando el chofer bruscamente hace un giro y otro viraje a la izquierda para entrar a una gomera. El chofer estaciona la guagua, se baja y por la ventana nos dice “quédense aquí, esto será rápido”. “Quedarme aquí ni loca” le comente a la señora que estaba a mi lado. Rápido me baje y pregunte por un baño. Cuando regrese a la guagua no encontré a nadie, no me preocupo. Camine unos cuantos pasos y encontré al grupo de pasajeros conversando entre sí, algunos parados, otros recostados de la pared y los mas jóvenes sentados en el piso.
Preocupada por mi clase de las 12:30, saco mi teléfono de la cartera, alarmada por la hora que marcaba el reloj las 9:45 decido llamar a mi mama. Tan pronto contesta comienzo a contarle todo lo sucedido y que esto solo me pasaba a mí por no tener un carro. Después de desahogarme cuelgo la llamada e inmediatamente mis ojos se vuelven a fijar en la peculiar pareja de señores. Me acerco y le pregunto si todo estaba bien, se miraron entre si y la señora me contesto con una sonrisa que si seguido por la interrupción de una llamada al celular de la señora. El sol brillaba más que nunca, las gotas de sudor comenzaron a bajar por mi cara y mis oídos a escuchar el sonido de moscas volando cerca de mí. Mientras yo pensaba que esto era lo último que me podía estar pasando y que mi vida era una total tragedia. Escucho a la señora con la que había hablado en la guagua, contándole al chofer la necesidad de llegar a tiempo al Hospital Centro Médico que era su destino final. Su esposo acaba de ser operado de corazón abierto y se encontraba en un estado crítico de salud. “Baje ayer para buscar ropa limpia. Todavía no le van a dar de alta, pero confió en Dios que todo saldrá bien” dijo la señora con la voz quebrantada. Cuando miro hacia el otro lado veo que la pareja de señores se abrazaban y constantemente se secaban las lágrimas. “Todo saldrá bien mi amor” le decía la señora mientras abrazaba a su esposo.
Me levanté del piso caminé a donde ellos y volví a preguntar ¿todo bien, los puedo ayudar en algo? La señora me miró y me comenzó a contar que viajaban hacia el aeropuerto porque iban a hacia un hospital en Texas porque su esposo sufría de cáncer de hígado y necesitaba un tratamiento especial. Me comento que viajaban solos y que era la primera vez que viajaban en un avión. Mientras conversábamos fuimos interrumpidos por el que arreglaba la goma que nos gritaba “la goma esta lista”. Ya de nuevo en la guagua miro mi reloj que marcaba las 10:30 de la mañana. La esperanza de que no haríamos la parada en el Buen Café fue destruida en el momento que el chofer dijo “20 minutos para comer y seguimos”. Escuchando las conversaciones trágicas de cada uno de los pasajeros me percate que en realidad que yo llegara tarde a una clase no era tan importante. Sin embargo, llegar tarde para disfrutar los últimos momentos de vida de un ser querido si es de importancia, que la pareja de señores que se consolaba no llegaran a tiempo al aeropuerto tenía aún más importancia.
Cuan relativos pueden ser nuestros problemas. Le damos peso a asuntos que no lo ameritan. Todos tenemos dificultades y algunos nos quejamos mucho sin razón, hay personas que sufren mucho más y se quejan menos. Durante el viaje no escuche en ningún momento al señor que sufría de cáncer quejarse, todo lo contrario y disfrutaba cada momento más que yo. Aprendí que tener un carro no era lo más importante, sin embargo tener vida, alegría, positividad y salud valen mucho más. ¡Ey muchacha, bájate que ya llegamos! “eres la única en la guagua” me gritó el “simpático” chofer. Respiré profundamente, me olvidé de la hora, caminé con tranquilidad hacia el restaurante. Luego me senté con los señores a disfrutar del famoso “shaky shaky” que por casualidad sonaba en aquel lugar.
16 comments
Brutal Leynice! Te felicito. Tienes mucho talento para la gloria de Dios. Sigue hacia adelante.
Gracias Tania, amen todo se lo debo a Él.
Muy buena lectura.
Gracias, pronto publicare nuevas historias.
Me encantó ????
Me alegra saber eso, pronto estaré publicando más historias de vidad.
Muy interesante y conmovedora tu historia. Exitos!!!!
Gracias por las lindas palabras.
Me encanta me transportaste a mis años universitarios . En ese tiempo también yo usaba la línea sultana yo vivía en Bayamón y estudiaba en Mayaguez. Que muchas historias hay eses trayecto.
Me alegra mucho, es toda una aventura viajar el la línea. Definitivamente es algo que siempre voy a tener para contar.
Hermosa historia. Y hermosa reflexión. Tienes un gran talento. Dios te bendiga. Recientemente perdí mi carro por no poder pagarlo y a pesar de que lo sufrí, entendí que es algo material y que hay cosas mas importantes.
Gracias por las lindas palabras. Lo material siempre se recupera.
Dios te recompensara y eres ejemplo para muchos ADELANTE
Muchas gracias por las palabras.
Disfrute la lectura! Lleva un gran mensaje, DTB! Tu carro llegara, pero por ahora, Dios te necesita en la guagua.
Amen, gracias por las palabras.